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domingo, 3 de mayo de 2020

HABÍA UNA VEZ UN MUNDO...


Había una vez un mundo, muy lejano, donde todas las mamás querían ser perfectas. Por la mañana se levantaban muy temprano para llevar a sus hijos al colegio perfectamente aseados, peinados y con la ropa perfectamente limpia y planchada. Después iban a trabajar, para ganar dinero y que a sus hijos no les faltara nada que pudieran necesitar. Luego se pasaban horas en la cocina, guisando platos complicadísimos y deliciosos, como pato a la naranja, ensalada templada de endivias a las 3 vinagretas, mousse de queso fresco a los frutos rojos y cosas así. Además, hacían unas tartas maravillosas para los cumpleaños, que organizaban sin faltar un detalle: piñatas, castillos hinchables, globos, payasos... También, como eran muy listas, ayudaban a sus niños en las tareas del cole, hacían manualidades maravillosas y mantenían las casas increíblemente limpias, ordenadas y preciosamente decoradas.
Pero toda esta perfección exigía mucho esfuerzo, y las mamás estaban muy cansadas. De hecho, los niños de ese mundo empezaron a darse cuenta de que sus mamás habían dejado de sonreír. Es más, habían incluso olvidado cómo hacerlo.
Un día, todas las mamás de este mundo amanecieron de color gris. ¡Se habían decolorado! Se quedaron en la cama y no se podían mover. Los papás no comprendían que pasaba: "¡es imposible que hayan perdido los colores!", decían. Pero cada día que pasaba se volvían más y más grises. Los papás llamaron a los mejores médicos del mundo, pero aunque usaron todas las medicinas y remedios que conocían, ninguno consiguió que las mamás recuperaran el color. Entonces llamaron a otros muchos expertos y técnicos del mundo, pero ninguno supo encontrar una solución.
Cuando los niños vieron que sus papás estaban desesperados y que no sabían ya qué intentar, decidieron intervenir. Hicieron una reunión para hablar todos juntos y ver qué podían hacer.
Un niño que se llamaba Lucas, dijo : “en uno de mis cuentos, se habla de un sabio mago que se llama “TodoLoSé”. Seguro que él sabe cómo ayudarnos. Pero es muy difícil llegar hasta él, porque vive en una cueva, en una montaña muy alta y muy lejana y hasta allí solo podemos llegar los niños si hacemos una cadena muy larga, muy larga, dándonos todos las manos. Y cuando el último niño del mundo se una a la cadena, la montaña surgirá ante nuestros ojos, la cueva se abrirá y el mago aparecerá.”
Sin dudarlo ni un momento todos los niños empezaron a darse las manos y a hacer una cadena larguísima que atravesó ciudades, bosques, praderas y valles. Y cuando Lucas, el último niño, se hubo unido a la cadena una montaña surgió de la tierra y una cueva se abrió en la piedra de la montaña, y de ella, andando muy despacito y con un bastón, apareció el anciano y sabio mago “TodoLoSé”.
El mago dijo: "Es muy agradable recibir la visita de los niños, pero estoy seguro de que habéis venido a verme porque algo os preocupa". Lucas y los demás niños contaron entonces la extraña historia de lo que sucedía a las mamás de ese mundo y tras reflexionar unos instantes, el mago dijo: "Tenéis que volver a vuestras casas, sentaros en la cama de vuestras mamás, y convencedlas de que jueguen con vosotros".
Lucas y el resto de niños agradecieron al mago su consejo y volvieron inmediatamente cada uno a su casa. El mago no había dicho a qué debían jugar, así que cada niño cogió lo que más le gustaba: las muñecas para jugar a las casitas, los castillos para jugar a princesas y dragones, los animales para jugar a la selva, las piezas de construcción... Lucas cogió su colección de dinosaurios, que eran sus juguetes preferidos. Al principio, las mamás se mostraron reacias a jugar, pero ante la insistencia de sus hijos para que jugaran con ellos, empezaron a participar y sucedió un milagro: las mamás empezaron a sonreír. Y con su sonrisa, sus rostros se iluminaron, y  como por arte de magia, el color empezó a brotar de ellas,  y el tono gris ceniza que las había teñido hasta ese momento, desapareció para siempre.
Los niños se pusieron muy contentos, y tomaron una decisión: todos escribirían aquella historia en un cuento para que en la librería de todas y cada una de las casas las mamás pudieran releerlo con sus hijos todas las veces que fuera necesario y recordaran qué hacer para que nunca más se volvieran de color gris.
Y desde aquel día, algunos niños fueron despeinados al colegio, algunos papás se fueron al trabajo con la camisa arrugada y más de una vez todos se comieron la comida un poco quemada, pero nunca más las madres dejaron de sonreí en el mundo de las “imperfectas” mamás.
 Elena Gallo Soto

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